miércoles, 8 de diciembre de 2010

Campos y ciudades, llenos hasta entonces de una multitud de hombres y mujeres, quedaban sumergidos de la noche a la mañana en el más profundo silencio por la huida general. Los hijos huían abandonando el cadáver de sus padres sin sepultura, los padres abandonaban humeantes las entrañas de sus hijos...
Los tiempos habían vuelto al silencio anterior a la humanidad: se acabaron las voces en los campos, se acabaron los silbidos de los pastores...
Las mieses esperaban en vano a los segadores, los racimos aún colgaban de las viñas a las puertas del invierno. Los campos se transformaban en cementerios y las casas de los hombres en guarida de animales salvajes.

Pablo el Diácono, Historia gentis Langobardorum
siglo VIII

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